INFANCIA, LA EDAD SAGRADA

La protección de la infancia es un tema de ciudadanía, es decir, de preservación de la humanidad de nuestra especie.
Evânia Reichert


"Todas las personas sobre la Tierra están en condiciones de aprender que hay otros caminos además de la educación autoritaria. Creo que la humanidad sería más pacífica si no obligáramos a los niños a realizar determinadas tareas sino que los incorporáramos a las decisiones y los dejáramos crecer prioritariamente con decisiones propias. Una cierta disciplina es necesaria y eso es posible en la medida en que la prohibición viene acompañada de explicaciones sencillas".

Para las familias que a veces nos piden consejos sobre lecturas útiles a nuestro crecimiento como madres y padres entregados a la tarea de ser buenos cuidadores (o suficientemente buenos, como explicaba Donald Winnicot, pediatra y psicoanalista infantil - ¡para una definición más realista y menos idealizada! -, cuando se refería al cuidador capaz de ponerse en el lugar del bebé, de brindarle amor y cuidados y de atender a sus necesidades físicas y emocionales, en la medida en que lo sostiene en sus brazos como en su mente).

Aquí un "assaggio" de un libro precioso para madres, padres, abuelos, maestras, educadores, ciudadanos entregados en la educación de nuestros niños y niñas.

Para ayudarnos a entender lo que llevamos en nuestra mochila (nuestra experiencia, nuestra infancia, nuestro camino a veces difícil y contradictorio hacía la madurez) y como influye en nuestra manera de ser madres y padres; como reconocer y entonces evitar de repetir patrones que no nos ayudaron a ser adultos equilibrados.

Para ayudarnos a confiar en nuestros niños y niñas, en su capacidad de autoregularse, y en nosotras mismas, en nuestro instinto, en nuestra sabiduría.




Para no delegar la educación de nuestros peques, para salirnos de consejos, manuales o recetas generalmente superficiales y generalizadas.

El cuidador y la cuidadora suficientemente buenos
Engendrar a un hijo es una experiencia más profunda de lo que solemos imaginar.
Asumir la condición materna o paterna es una experiencia intensa y transformadora.
De repente, nos vemos como animales feroces cuidando de sus crías, con poderosos sentimientos de conservación y amor. En otros momentos nos vemos desafiados en nuestros límites de contacto, paciencia, entrega y responsabilidad. Poco a poco, vamos dejando atrás nuestra condición de hijos - los que esperan ser atendidos y cuidados - y en su lugar nace el cuidador, el que dedica a cuidar...

No todas las personas que tienen hijos pasan por esa transformación: volverse madre, volverse padre, volverse un cuidador.

La condición psicológica del cuidador es el resultado de su propio desarrollo infantil, de la estructura del carácter que desarrolló y del nivel de consciencia que tiene sobre su comportamiento personal. Esos aspectos influyen en la calidad de su relación con los niños...

Ser un cuidador suficientemente bueno se refiere a la capacidad del adulto de estar más atento al ritmo del bebé que a su propio ritmo personal. De ver al bebé como un ser integral, dotado de todas las potencialidades y poner cuidado en protegerlo del riesgo de sufrir interrupciones en la continuidad de su desarrollo biopsicológico. El buen cuidador es aquel que busca trascender las limitaciones personales, sus estados de ánimo y su propia reactividad en beneficio de los pequeños...

Ser madres y padres es un proceso antagónico y gratificante. En un inicio lo mejor es que los padres establezcan un vínculo profundo con sus hijos. Posteriormente, el desafío será ayudarles a entenderse como seres únicos, a conquistar la autonomía, descubrir el propio cuerpo, apropiarse de sus propios talentos, avanzar en su aprendizaje e independencia y, más tarde - cuando llegue el momento - a despegarse de ellos y dejarles partir, sin culpas...

El cultivo de la autorregulación
Reapoderarse de ser madres y padres
La educación delegada

¿Buena lectura!

El concepto de la autorregulación tiene sus orígenes en la biología y se refiere a l capacidad espontantánea y visceral de todo organismo vivo en su busca de equilibrio...
Cultivar la ética de la autorregulación es confiar en la sabiduría instintiva de la vida y en la certeza de que el ser humano nace esencialmente bueno...
Para eso la persona adulta tiene que transformar su propia compulsión a interferir constantemente en el proceso de maduración infantil...

Cuando los padres buscan educar lo que no se educa, pueden dañar la capacidad interna del niño para encontrar su punto de equilibrio. En nombre de una buena educación y por miedo a perder el control sobre sus hijos, padres, madres y educadores se dejan llevar con frecuencia por la compulsión a educar y fabrican un adulto psicológica y físicamente inválido, completamente sociorregulado, incapaz de desarrollar su propia identidad en el mundo...

Respecto a la aplicación de límites, es fundamental que la persona adulta se plantee cuál es el objetivo de cada límite que establece, para qué sirve y por qué lo está poniendo....
Siempre es oportuno preguntarnos: el límite establecido, ¿fue una forma de ayudar al niño o tan solo una señal de nuestra impaciencia, irritación o malhumor?

En una educación orientada al desarrollo del niño, el educador usará una dosis óptima a fin de ayudar a los pequeños a desarrollar los tres límites esenciales: el límite que precisa ser respetado (el respeto en la relación con los demás), el límite que precisa ser traspasado (los miedos y las limitaciones) y el límite que necesita ser desarrollado (el límite interno que regula la impulsividad y preserva la privacidad).

Dosis óptima
Se trata de un baremo entre frustración y la satisfacción de las pulsiones, de un parámetro orientativo de cara a una educación que contemple la autorregulación y el desarrollo de la autonomía infantil...
Tanto la satisfacción como la frustración son importantes en el proceso educativo.
Una pequeña frustración provoca la búsqueda de nuevos caminos evolutivos, mientras que la satisfacción aporta saludo a través de la relajación profunda del organismo...

¿Cual es la receta?
Los padres buscan orientación y quieren la respuesta exacta que resuelva los problemas de sus hijos que generalmente consisten en falta de regulación emocional, agresividad, depresión, dispersión, déficit de atención, hiperactividad o dificultades en el aprendizaje.
En algunos casos, los padres esperan que la escuela les resuelva lo que ellos no saben cómo hacer...
En estos casos el principal problema no es el niño sino los propios padres.
Especialmente porque el adulto reacciona ante los pequeños a partir de lo que vivió en su propia infancia...
Es esencial que comprendamos el rol decisivo del educador desde la impulsividad de su temperamento y la reactividad de su carácter.
Es perjuicial para el niño verse convertido en depositario de la neurosis de sus padres o educadores, algo que por desgracia es bastante común...
Educar es como transitar por una calle de doble sentido: mientras estimulamos en un niño el desarrollo de sus capacidades, también crecemos en esta rica interrelación...

Volverse un cuidador suficientemente bueno y ejercer la condición adulta ante cualquier niño nos remite a un camino de presencia y humanización. La pérdida de la sabiduría materna y paterna es la marca de este tiempo en que la culpa acompaña a los padres tanto en sus acciones como en sus omisiones...

Apoderarse de la condición de ser madre o padre conlleva el contacto con la sabiduría intrínseca de nuestra propia humanidad.
A partir de ella podemos rescatar la capacidad interna de percibir con el corazón, el instinto y la cabeza la mejor forma de actuar con nuestros hijos.
Los innumerables quehaceres, la reducción del tiempo de convivencia con los hijos y la educación delegada que se ha vuelto una práctica común en la moderna sociedad urbana, incrementan los sentimientos de culpa, inseguridad y miedo a equivocarse.
El reducido espacio para la convivencia y la invasión de la televisión y del mundo virtual en la intimidad familiar contribuyen a mantener el simulacro y disimulan este extravío.

Dada la desconnexión del proceso educativo consciente, es frecuente que los padres busquen manuales y recetas globalizadas, generalmente superficiales y contradictorias que les enseñen cómo educar a un hijo...
Para que gozemos de más salud y humanidad en la educación, hace falta algo más que manuales desechables o indicaciones puntuales y generalizadas.
Parece fundamental que empecemos a pensar, sentir y actuar con madurez ante nuestros hijos, observando sus particularidades, edades, fases, potencialidades y límites.
Para desembarazarnos de los manuales necesitamos desear mucho más de lo que estos nos ofrecen.
Salirnos del manual es aprender a pensar en la infancia y comprender más allá de lo que afirman determinados libros o sugieren ciertos programas de televisión, de las indicaciones de la abuela o de las vecinas.Consiste más bien en profundizar en la reflexión sobre la condición infantil a nuestro alrededor.
Salirnos del manual es volver a contactar con la tarea adulta de cuidar de las siguientes generaciones y rescatar la sensación genuina de ser madre, padre, cuidador o incluso un simple ciudadano que proteje a los pequeños de su alrededor, sean o no sus hijos.

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